miércoles, 11 de abril de 2012
domingo, 8 de abril de 2012
Narcolepsia
Abro los ojos y ante mí un mazacote de fórmulas en un tablero. Duermo y alcanzo a soñar durante un mínimo entre-tiempo.
Mi cuello el
responsable de que no caiga estrepitosamente mi cabeza contra el pupitre y haga
un sonido incomodo en la clase.
Nuevamente
despierto, y que pesado que estoy. Las borrosas ecuaciones ahora son garabatos
informes; Pienso que quizá indispongo a alguien, al profesor o de pronto algún estudiante que distraigo con mi
cabeceo constante.
La Narcolepsia,
mi estado en las aulas, mi batalla constante, una guerra que ya parece perdida
pues mi cuerpo solo obedece al estímulo de desconectarse del totazo y, borrar así las imágenes que ante mí se proyectan desde todos
los ángulos, pura especulación cromática.
Yo así lo eduqué
en un pasado, enseñé a mi cuerpo a arrojarse hacia el éxtasis del yacer inerte
a los estados de la semi-respiración, éramos todos unos maestros en la
meditación estática... y que lo temporeo poco o nada importara.
Hoy me toca
permanecer atento, haciendo que me importa todo lo que hago, caminando hacia un
destierro seguro, a través de una penosa marcha que cansa en su parsimonia.
Estaba dormido
hace un momento? Al parecer, pues no creo haber estado parado sobre esas
coloridas montañas brotadas de frailejones mientras observaba el parloteo de ese
señor de adelante que habla en lenguas lejanas, balbucea algo que no alcanzo a
distinguir pues me frunce hacia el estado onírico con gran habilidad.
Los parpados me pesan toneladas, no desean estos
dejar pasar más luz, están hartos de recibir tan insípidas imágenes.
Últimamente llevo siempre a la mano un punzón u objeto
afilado, tengo una teoría. Pretendo chuzar u
oprimir partes sensibles de mi cuerpo para causar un dolor fresco y agudo para activar así algunos
puntos de emisión nerviosa y que viaje una información hacia los receptáculos apropiados que
hagan que mis neurotransmisores liberen algunos componentes que sean similares, en su composición, a la adrenalina y que hagan bombear, al ser enviados a mi
corazón, la sangre a una mayor velocidad para que se active de una vez este cuerpo ajeno, que
jala hacia abajo, y poder al fin prestarle atención al profesor (antes de volverme un colador) a lo
que diría mi amigo el monaguillo es una barbaridad para este mundo.
Andrés Yarce Botero
Suscribirse a:
Entradas (Atom)